TRACKS 
1.     Prelude
2.    Arpeggiata offBeat
3.    Toccata 8
4.    intermezzo 75
5.    Toccata 5
6.    Canarios
7.    Toccata 9
8.    intermezzo 4
9.    Toccata 10
10.  Kapsperger
11.   Bergamasca
12.  Toccata 1
13.  intermezzo 1
14.  Passacaglia
15.  Toccata Arpeggiata
 

Gerardo Arriaga, Madrid,  abril 2013 

Los defensores de la música absoluta, que van siendo minoría en nuestros tiempos, creen que el pensamiento musical de un compositor se plasma muy claramente por escrito en un papel, y que la labor del intérprete, mucho menos importante que la del compositor, sólo se reduce a traducir ese pensamiento en sonidos reales. Según esa opinión, la obra musical ha sido creada totalmente por el compositor, y la única tarea del intérprete es restituirnos la creación original con toda fidelidad al conjunto y a los detalles.

Sin embargo, esto no puede ser tan simple. En primer lugar, la escritura musical no es más que un esbozo, un esquema básico que permite conservar a través del tiempo algo, y sólo algo, del pensamiento del autor. Es el intérprete quien, al reconstruir esa obra, le da vida, como si la obra naciera una y otra vez en cada interpretación; de esa manera, el intérprete comparte muy señaladamente el trabajo y el mérito del compositor. Por otra parte, este dar vida a las obras musicales es una actividad que se vuelve más compleja a medida que la partitura se va alejando en el pasado, por ello, mientras más antigua sea la música, más importante es el papel del intérprete.

El estudio de las prácticas musicales antiguas, que ya ha cumplido cien años de existencia, nos ha hecho conscientes de que hay otras maneras de interpretar, además de la interpretación clásica. Esto es algo sumamente positivo, y los aficionados actuales estamos en deuda con una legión de estudiosos que durante esos cien años han explorado todo tipo de documentos. Pero este estudio ha producido también algunos resultados negativos, entre los que sobresale una nueva rigidez, una forma intransigente y cerrada de enfocar el repertorio. Para algunos fundamentalistas de la música antigua hay sólo una posibilidad de interpretarla, y esta se halla contenida en documentos añejos, contemporáneos de la música que se quiere recrear. Paradójicamente, quienes piensan así han trasladado el concepto de música absoluta a las obras preclásicas.

Nuestra visión del pasado musical reproduce, como es lógico, nuestra visión de la Historia. Algunos se acercan a la música antigua porque quisieran vivir en el pasado. Otros, por la curiosidad de conocer algo que juzgan muy remoto estéticamente. Hay quien, desencantado de la música actual, busca la novedad en las músicas pretéritas. Y también hay quien trata de enriquecer el presente recreando obras escritas hace mucho tiempo. La música del pasado se convierte, en este último caso, no sólo en objeto de interpretación, sino también en fuente de inspiración. Así, algunos compositores y algunos intérpretes han partido de obras antiguas no para revivirlas como si fueran piezas de música absoluta, sino para tratarlas como ideas germinales que permitan nuevos desarrollos y elaboraciones.

Por supuesto, el estilo de algunos compositores antiguos se presta más que el de otros a esta reelaboración, pues en todas las épocas ha habido algunos compositores más originales, frente a otros más conservadores. Probablemente uno de los más originales del primer Barroco, y por lo tanto, más susceptibles de esa reelaboración creativa, sea el italiano de ascendencia alemana Johann Hieronymus Kapsperger. De él nos quedan muy pocos datos biográficos, aunque sí un buen número de referencias de sus contemporáneos, sumamente laudatorias; por ejemplo, el polígrafo jesuita Athanasius Kircher lo consideraba el sucesor, en el género dramático, nada menos que de Monteverdi, y en la música de tiorba y de laúd, un gran creador y el inventor de una buena parte de los adornos típicos de esos instrumentos. Kapsperger nació hacia 1580, probablemente en Venecia, muy joven se trasladó a Roma, en donde se relacionó con poderosas familias como los Bentivoglio y los Barberini, y murió en esa ciudad en 1651. Autor de obras escénicas, vocales e instrumentales, es sobre todo en sus piezas para tiorba y laúd donde mayor originalidad manifiesta, y quizá por ello estas son las más recordadas en la actualidad; Kapsperger es sin duda una figura clave en el desarrollo de esos dos instrumentos. 

Las audacias musicales de que las obras de este autor están llenas invitan, querámoslo o no, a continuar con la aventura; por ello, su música ha despertado la creatividad de los dos intérpretes de este disco, los cuales, tomando algunas de ellas como punto de partida, han construido un universo sonoro sumamente novedoso e interesante. La estéril polémica sobre la manera de interpretar la música antigua se ve, así, ampliamente superada en este disco, en el que la vieja tiorba departe con un instrumento de nueva creación, la guitarra BadInTone, y con muchos recursos de la más reciente informática musical. La partitura musical no es aquí un objeto de culto supersticioso y obsecuente, sino sobre todo una materia prima, una fuente de inspiración. No hay en este disco, en definitiva, una realización manida de una música considerada absoluta, sino una plática fecunda entre el presente y el pasado.


 The advocates of absolute music, or abstract music, a minority nowadays, believe that the musical thought of a composer is clearly expressed in writing, and the work of the musician, much less important than that of the composer, is limited to the translation of this thought  to real sounds. According to this opinion, the musical piece is created completely by the composer, and the musician’s only task is to render the original creation with absolute fidelity to the piece as a whole as well as the details.

Nevertheless, this cannot be so simple. In the first place, musical writing is nothing more than a rough draft, a basic outline that allows us to save part, and only part, of a composer’s thoughts, over time. It is the musician who –on reconstructing the work- brings it to life, as if the piece were born again and again with each performance; in this way, the musician shares significantly the work and merit of the composer. Additionally, bringing musical works to life is an activity which becomes increasingly complex as the written composition recedes into the past, and therefore the older the music, the greater the role of the musician.

 The study of early musical practices, which has existed for a hundred years, has made us aware that there are other ways to perform music, in addition to classical interpretation. This is extremely positive, and today’s enthusiasts are in debt to the legions of scholars who have poured over all kinds of documents over the past hundred years. However, this scholarship has also produced some negative results, among which a new rigidity stands out, an intransigent, closed-minded approach to repertory. For some fundamentalist scholars of early music there is only one way to perform it, the way set down in old documents, contemporary of the music to be performed. Paradoxically, those who hold such beliefs have transferred the concept of absolute music to pre-classical works.

 Our vision of the musical past reflects, logically, our vision of history. Some people approach early music because they would like to live in the past, others do so out of a sense of curiosity towards something which they consider very remote, aesthetically, while some, disenchanted with contemporary music, search for novelty in music of the past. And there are also people who attempt to enrich the present by recreating works written long ago. The music of the past becomes, in this last case, not only the object of interpretation, but also a source of inspiration. Thus some composers and musicians have taken up early works not to revive them as if they were pieces of absolute music, but rather to treat them as germinal ideas that permit new development and elaboration.

 Of course the style of certain early composers lends itself more readily than that of others to this re-elaboration, as in all periods there have been more original composers while others remained more conservative. Probably one of the most original from early baroque music, and therefore more susceptible to this creative re-elaboration, was the Italian of German descent Johann Hieronymous Kapsperger. Although very little of Kapsperger’s biographical data has come down to us, there are a good number of references to him from his contemporaries, overwhelmingly laudatory; for example, the Jesuit writer Athanasius Kircher considered him the successor, in the dramatic genre, of no less than Monteverdi, and in the music of the theorbo and lute, a great creator and inventor of a good part of the embellishments typical of those instruments. Kapsperger was born circa 1580, probably in Venice, moved at an early age to Rome, where he socialised with such influential families as the Bentivoglio and the Barberini, and he died in Rome in 1651. Author of instrumental works, works for voice and the stage, it is especially in his pieces for theorbo and lute where he demonstrates the greatest originality, and perhaps this explains why these works are most familiar to us nowadays; Kapsperger is without a doubt a key figure in the development of these two instruments.

 The musical audacity which abounds in the works of this composer calls us, like it or not, to continue with the adventure. For that reason, his music has aroused the creativity of the two musicians who have participated in this recording. They in turn, taking some of Kapsperger’s most daring innovations as the point of departure, have created an extremely interesting, original universe of sound. The sterile controversy involving the way to play early music is clearly overcome on this disk, in which the old theorbo mingles with an original new instrument, the BadInTone guitar, as well as many resources from the latest in computer-generated music. The sheet music is not in this case the object of superstitious, submissive cult, but rather raw material, a source of inspiration. On this disk you will definitely not find a hackneyed performance of so-called absolute music, but rather a fertile conversation between the present and the past.